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Tristeza insospechada

Tristeza insospechada

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Tristeza insospechada
Por Ivette Estrada

El fin de vacaciones y el regreso al trabajo ocasiona una sensación displacentera que comúnmente atribuimos a la finalización del disfrute. Pero este fin de la recreación en realidad evidencia nuestra incapacidad de adaptación.

El síndrome postvacacional genera síntomas muy similares a los provocados por el estrés. Un péndulo que va del decaimiento a la tristeza, pasa por la apatía, desmotivación, negatividad,  irritabilidad, carencia de ánimos y energía y, por supuesto, la disminución del rendimiento y la productividad.

A veces los síntomas de este síndrome se prolongan de dos a tres días, pero hay quien suele arrastrarlos hasta los 21 días, el lapso común para adaptarse a un cambio.

El síndrome postvacacional es una de las tristezas inexplicables. Acicatea más a quienes miran el trabajo como algo negativo. A veces puede evidenciar un enmascarado desinterés en lo que se hace, la percepción de falta de trascendencia o una incomodidad que pasamos por alto y que lesiona la propia estima o nuestro sentido de dignidad.

Aunque durante mucho tiempo se hayan desestimado las emociones, conviene analizarlas para detectar preguntas o situaciones que requerimos resolver.

Si un trabajo no es satisfactorio, convendría analizar las razones de ello y ver si pueden subsanarse de alguna manera o “brincar” a otras opciones. Ninguna emoción se invalida por decreto, ninguna debe desestimarse. Son evidencias de algo que tratamos de paliar con rutinas o fingida indiferencia.

Una de las emociones que con mayor frecuencia tratamos de desestimar es la tristeza. La rehusamos, disfrazamos y arrojamos de la vida consciente. Pero esto no implica que desaparezca. Se transformará en un dolor agazapado que crecerá a límites insospechados, tomará el control de nuestra vida, opacará el disfrute. Será una sombra permanente.

¿Y si miramos la tristeza? Enfocarla y entablar un diálogo silente con ella permitirá descubrir aristas insospechadas que podemos redimir, perdonar o sanar.

Pero antes de enfrascarnos en la comprensión de la tristeza conviene hacer caso de una advertencia: el duelo ante la pérdida de seres amados nunca termina. Sin embargo, diversos rituales de despedida, como la oración y tributos de mejoramiento personal o la propia alegría, pueden ayudarnos a continuar nuestra vida.

Para pérdidas “menores”, como la pérdida de trabajo, rutina o placeres, es posible hallar distintas acciones adaptativas. En el caso del regreso al trabajo ayuda el regresar al domicilio unos días antes del fin de las vacaciones, regular de manera progresiva los horarios, emplear hábitos de alimentación saludable, establecer objetivos realistas de trabajo, organizar nuestra agenda y planificar los momentos libres.

Ante las tristezas insospechadas de la vida existen tres mecanismos que pueden paliar el dolor: agradecer lo bueno que pueda haber en esta desazón por difícil que esto parezca y sea, escribir los sentimientos que experimentamos  y crear algo en alusión a la tristeza: pintar, sembrar una semilla, crear una canción…

Respetar nuestro propio dolor, por irracional o nimio que sea, es el principio de nuestro poder de cerrar ciclos, comprendernos y crear fortalezas para enfrentar las vicisitudes. La tristeza también es parte de lo que somos…aunque a veces parezca incomprensible.


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