La marcha del odio
Triques
Aun concediéndole la fantasiosa contabilidad de los organizadores a la marcha en defensa del INE, de 200 mil asistentes, la sociedad masoquista que ocupó su tiempo de ocio en la marcha sigue siendo una minoría insignificante, son los mismos de siempre. Si tomamos en cuenta la movilización en el interior del país, donde los cálculos más optimistas hablan de 14 estados, en cada uno hubo cientos de participantes, independientemente del manipulación y acarreo, sigue siendo un grupúsculo.
Lo fue porque se apostaron millones de pesos en la marcha, se movieron medios con una dinámica propia de causas más dignas, se mintió como si fueran mantras. En ningún momento se ha propuesto desaparecer al INE, y la mayoría de los participantes lo afirmaban. Si a esto calculamos las personas que conocen, aunque sea superficialmente, la iniciativa de reforma encontraremos que ni siquiera el 5 por ciento de esos fantasiosos 200 mil la conoce, es decir, 10 mil personas ni siquiera saben de qué se trata. Siempre con los cálculos de los eufóricos organizadores.
Los organizadores tuvieron que mentir a los participantes para motivarlos a asistir, nadie quiere desaparecer al INE, y los asistentes se engañaron a sí mismos haciendo creer que marchaban en defensa de la democracia, cuando en realidad marchaban contra el presidente Andrés Manuel López Obrador. Las causas son tan diversas como dispersas y tan acendrado su odio y agresividad como su individualismo.
La mayoría de la gente fue utilizada aprovechando su inconformidad con el gobierno y consolidando la vigencia de la estructura del INE que con la marcha cree haber sorteado la reforma electoral. Habrá que subrayar que sólo asistió a la marcha una sola clase social, no fue el pueblo, ni la sociedad, ni representantes de la mayoría, fue una clase media acomodada, que sólo se representa a sí misma, con una vida aburrida.
La falta de costumbre de ver las calles habitadas por similares o correligionarios, los hace no sólo optimistas sino entusiastas y creen que con esa cantidad de gente ganarán elecciones, cuando en realidad se necesita mucho más que eso.
La iniciativa empieza a discutirse, tendrá variantes y las partes en debate cederán, a pesar de que los miles de manifestantes pelearon como si se tratara de un hecho consumado, éste todavía no sucede y tejieron en el vacío sus energías que en domingo por lo regular son abandonadas al ocio. Algunos de ellos no habían protestado por nada y contra nadie en su vida, lo cual es una buena noticia para la democracia, y provoca una profunda tristeza porque hizo falta una mentira, tal vez muchas, para la gente antes apática a la política participara.
La inconformidad que inyectaron los anteriores regímenes empieza a desmoronarse, la conciencia política llega a personas que nunca se habían imaginado en una manifestación y su visión del país comienza a ser, por primera vez, la de un país democrático.
Nadie puede estar tan alejado de la política sin ser afectado por sus acciones ni tan cerca que les obnubile la visión de su realidad y la de su contexto social. Más allá del individualismo que ahora provocó que la gente saliera a las calles, se ve al final del camino, como luz al final del túnel, una participación social de egoístas, una ética del prójimo de los aislados y una solidaridad futura de los resentidos. La clase media que despierta a la vida política a través de las manifestaciones asemeja a países como Venezuela y Argentina, donde el cacerolazo de los inconscientes clasemedieros cree que incide en la política a pesar de la cantidad tan reducida en su participación política en cierne.
La polarización la crea la clase media y no los pobres ni los ricos, sino quienes están en medio y no encuentran su lugar en la historia.
Aunque el nivel de información de los asistentes a la marcha dejó mucho que desear, porque hubo quien aseguró asistir para que no le quitaran el pasaporte, otros querían evitar el comunismo, una señora que trabajó en el IFE dijo que querían quitarle el padrón electoral a la autoridad electoral. La mayoría de los participantes carecía del mínimo conocimiento sobre el contenido de la reforma.
Por otra parte, el odio reflejado en los marchistas es una verdadera novedad en las manifestaciones, porque, aun en las marchas de desaparecidos o reprimidos nunca la indignación de los participantes expresó tanta rabia como la mostrada en esta marcha de una clase media que no sabe por qué odia. No se trata de verse a sí mismos en las calles para mostrar fuerza, son los mismos de siempre sólo que ahora dejaron la comodidad del domingo, más allá de la misa y el futbol, que es, en realidad, muy bueno para la democracia.
Los ingenuos asistentes, aprendices de políticos, arrojaron a las calles nombres y rostros que definieron su lugar en la geometría política, quienes demostraron su lugar en el espacio social, político e ideológico, ante la duda de algunos. Ahora esos supuestos 200 mil empezarán a saber para quién marcharon y por quién se desgañitaron en las calles de una ciudad cuyo testimonio los coloca en su lugar.
La marcha fue muy clara para los organizadores, más allá de la reforma electoral, fueron conscientes de que no tienen el poder. Debieron inventar que cerrarían iglesias, y que vendría el socialismo para motivar a la apática clase media a salir de sus casas.