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Los niños no leen poesía…

Los niños no leen poesía…

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Valor comercial del desencanto
Por Ivette Estrada
Para Carlo, mi sobrino nieto, y los niños que andan por este mundo.

Ellos la viven. Quedan abstraídos del paisaje y la incandescencia de una luciérnaga se mete en sus sueños y atrapa su mente.

Pueden convertir una piedra en un objeto de poder, dotan a las ramas de voces que escuchan en la garganta del agua y vuelven sus confidentes a los gatos.

Los niños trepan y bajan de la luna en el tiempo que dura un parpadeo, pero después de esta proeza suelen venerar el cielo y contar las estrellas y vestir con su luminiscencia anhelos y fiestas.

Una cubeta y un palo es para ellos tambor y al unísono viaje indescriptible al tum-tum mágico que emerge del corazón.

Las piruetas en el patio son trazos al rencuentro con faunas sin nombre y personajes inventados, muchas veces coronados con el esplendor del sol mientras la figura perfecta de los tréboles y dientes de león les sonríe desde el espejo de una pileta.

Sólo un niño puede saber que un burdo pan con mantequilla es un manjar y ellos, los niños, sólo ellos, te redimen de los pecados viejos, inventados y de aquellos que aún no cometes con sólo mirarte. Entonces tu piel envuelve un prodigio: tú mismo, que podrás ostentarte como cazador de dragones, príncipe, guerrero o amigo de las hadas. Un niño te da la libertad que no te otorgará nadie más.

Con un niño puedes maullar y te asumirá como creatura fantástica como todas las que viven en él y para él.

Un niño no tiene límites lastimosos ni estigmas. Su percepción es benevolente. Cada persona y objeto los reviste de un encanto que después quitarán la realidad y los años.

En tanto, es probable que no sepa leer aún. Eso necesita aprender. Porque en el momento que lo haga sabrá que tiene poderosas alas, que no hay confines a los que no vaya ni situaciones que deba mirar de lejos. La impavidez ya no será su armadura. Se volverá el personaje deseado en las historias que recorra.

Cuando se adentre en un libro, nadie lo engañará ni perturbará. Discernirá de espejismos, verdades y engaños. La credulidad ciega no será su signo.

Leerá y sabrá que la poesía habita en lo que cree, imagina, sueña y crea. Leer lo adentrará en las realidades y mundos que él podrá construir. Las realidades de otros enriquecerán su verdad.

Y al leer extenderá sus posibilidades y cuando encuentre la poesía sabrá que siempre estuvo en su vida.

Entretanto, un niño está en este mundo para recordarnos que un poema no es invento ni proviene del mundo onírico, es más verdad que el pan y a veces tiene piel, corazón y esqueleto. El poema más maravilloso de la vida, de esta realidad tridimensional, es un niño.

Si. Los niños no leen poesía. La viven y la escribirán un día.

 


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