Omar García Harfuch, el valor como herencia

Por José Luis Camacho Acevedo
Conocí a Don Javier García Paniagua cuando era presidente del Comité Nacional del PRI.
Me correspondió acompañarlo en un traslado de Irapuato a Pénjamo, en su visita al estado de Guanajuato.
Conocedor de todo el país como jefe de la entonces Federal de Seguridad, me preguntó si todavía existía una disputa por límites entre Jalisco, Michoacán y Guanajuato, justo en el triángulo donde se encuentran los tres estados.
La verdad yo no conocía el caso de la disputa limítrofe que mencionó Don Javier.
Me disculpé por mi desconocimiento. Muy afable me dijo que le contara como estaba la oposición en Guanajuato. Le hice un retrato de la desaparición del Yunque panista y la irrupción de una corriente emergente conocida como los pragmáticos. Y le comenté que uno de los que lidereaban ese movimiento era Vicente Fox.
Don Javier tenía una información completa de Fox y de sus tendencias conservadoras que disfrazaba de posiciones ultraderechistas con el fin de ganarse las simpatías de quienes eran de verdad seguidores de esa doctrina dentro del PAN.
Sin duda que Don Javier era uno de los hombres más informados de la política nacional, en todos sus signos ideológicos.
Recordé que el presidente José López Portillo lo llamó para que se hiciera cargo de la seguridad de su familia después de que el 11 de agosto de 1976, en la colonia Condesa de la Ciudad de México, la Liga Comunista 23 de Septiembre intentó secuestrar a Margarita López Portillo, hermana del presidente electo José López Portillo. Durante la acción, muere abatido David Jiménez Sarmiento, dirigente nacional de la organización y uno de sus principales estrategas.
Su muerte representó un golpe severo para la Liga Comunista que enfrentaba una ofensiva represiva encabezada por la Brigada Blanca.
El mandatario Electo le dijo a Enrique Velasco Ibarra, quien sería su secretario particular ya como presidente en funciones, que Javier García Paniagua era el hombre más valiente que conocía.
Que esa era la razón por la que le encargaría el cuidado de su familia en adelante.
Esa es la herencia de valor que Don Javier le heredó a sus hijos. El más destacado, sin duda, es Omar García Harfuch.
El mismo a quien la presidenta Claudia Sheinbaum le ha encargado la seguridad del país en momentos en que esa es la tarea más compleja por cumplir, como integrante del gabinete.
García Harfuch sabe que la herencia del valor que le dejó el historial de su padre es, al mismo tiempo, un compromiso y un fuerte respaldo.
Para el secretario de Seguridad el reto es ciertamente formidable.
De su trabajo depende en gran medida que el poderoso vecino del norte, que tiene en este tiempo a un especial presidente como Donald Trump, no caiga en la tentación de que su cruzada contra los carteles mexicanos de la droga lo lleve a cualquier forma de falta de respeto a la soberanía nacional.
García Harfuch, además de ser un valiente como lo fue su padre, es también un funcionario con inteligencia y tacto político reconocidos.
Su tarea implica devolver a México la seguridad que se empezó a perder desde los tiempos de Felipe Calderón. Y eso no es la repetición de una narrativa que trata de esconder errores culpando al pasado. Es simplemente la cruda realidad.
Los resultados del trabajo de García Harfuch están por venir en los próximos meses.
Así lo marca la agenda de conducción institucional que responderá a las tentaciones intervencionistas de Estados Unidos.
Es fácil juzgar con un inmediatismo que suele ignorar no solo los grados de dificultad que presenta el complicado contexto mundial de las operaciones del crimen organizado.
Por ello es previsible que fallarán los pronósticos inmediatistas que tratan de calificar a Omar García Harfuch a partir de los imponderables que ejecuta el nuevo demonio del mundo de las drogas y todas las vertientes que genera.
Al tiempo.
