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Campesino en Chalco en pie de lucha por sus tierras

Campesino en Chalco en pie de lucha por sus tierras

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Chalco

Chalco, Estado de México.- En el corazón agrícola del oriente del Estado de México, donde floreció el maíz hace más de 10 mil años, hoy se libra una batalla silenciosa pero feroz. La cuenca sur de Chalco, y en particular el pueblo originario de San Pablo Atlazalpan, está siendo arrasada no por el clima o la falta de agua, sino por un enemigo mucho más devastador: la ambición desmedida y la impunidad, según denuncian pobladores.

Más del 80% de las tierras agrícolas de la región han sido invadidas, fraccionadas y puestas a la venta por grupos que, armados y con maquinaria pesada, irrumpen en parcelas con la venia tácita de autoridades que, en el mejor de los casos, se declaran incompetentes y, en el peor, actúan en complicidad.

Calles asfaltadas sobre la milpa, estacas donde antes había quelites, y lotes ilegales sobre el grano nativo, resumen la pesadilla de los campesinos que aún resisten.

Chalco séptimo lugar en casos de despojo

Historias como la de Patricia Aldama Rodríguez, quien acaricia matas de maíz que brotan entre el asfalto, evidencian la dimensión humana de esta tragedia.

Mi parcela, fue sembrada por cuatro generaciones, hoy,  fue robada, loteada y vendida sin mediar proceso legal alguno, dijo la afectada.

Los fraccionadores, que incluso ya pagan el predial con documentos dudosos, actúan con total impunidad mientras las autoridades se limitan a dar evasivas o, peor aún, miran hacia otro lado.

Esta situación no es aislada. Chalco ocupa el séptimo lugar estatal por casos de despojo, en una entidad que, a nivel nacional, lidera esta estadística con más de 42 mil denuncias ante la Fiscalía del Estado en la última década.

Pero más allá de los números está el drama de cientos de campesinos que, como Julio García de Jesús, cultivan entre construcciones, defienden sus linderos a costa de su seguridad y se organizan ante la ausencia del Estado.

La agresión no es solo a la tierra, sino a la identidad misma de los pueblos originarios.

 

Desaparecen las parcelas, pero también la historia, la cultura alimentaria, los saberes agrícolas milenarios.

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Y todo esto ocurre mientras las autoridades locales y estatales —rebasadas o coludidas— fallan en su deber más elemental: proteger a sus ciudadanos y su patrimonio.

La situación en Chalco es una advertencia para todo el país. El modelo de crecimiento urbano sin planeación, sin justicia agraria y sin respeto a las comunidades originarias está devorando no solo la tierra fértil, sino las bases de una sociedad más justa y sostenible.

No se puede hablar de soberanía alimentaria ni de protección al medio ambiente mientras se permite —y en ocasiones se avala— el despojo de tierras agrícolas para crear colonias sin servicios y sin legalidad.

La resistencia de San Pablo Atlazalpan debe ser escuchada. No por nostalgia, sino por urgencia. Porque sobre el asfalto, el maíz todavía florece. Y mientras haya campesinos dispuestos a defenderlo, aún hay esperanza.


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