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Valor comercial del desencanto

Valor comercial del desencanto

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Valor comercial del desencanto
Por Ivette Estrada

A veces, más de las que imaginamos, ganar es un “truco”.

El engaño se emplea para vencer psicológicamente al contrincante, para derrotarlo aún antes de pisar el campo de juego o la arena deportiva, empresarial o política. De una manera simplista se ejemplifica cuando los boxeadores golpean a su adversario a punta de declaraciones triunfalistas.

“Al primer roud lo noquearé”, “lo haré tragar polvo” y expresiones similares, son el preludio para que en el combate real nuestro adversario aparezca amedrentado e inseguro. Dicen que la actitud representa el 50 por ciento de un logro.

En políticas existen dos estrategias que se impulsan desde ahora para “preparar” en la percepción el triunfo de quien será la candidata del partido en el poder: encuestas a modo que le otorgan desde ya el triunfo y, al mismo tiempo, la búsqueda incesante de narrativas que aminoren la credibilidad de la virtual representante de la oposición.

“No es indígena, no vendió gelatinas, es millonaria, corrupta, no es ingeniera…” ¿Cierto o  falso? No importa. Se trata de ensuciar la imagen, de llenar de descrédito mientras se ensalza con onerosas inversiones a quien simbólicamente el presidente entregó el bastón de mando.

El perverso uso del desencanto tiene significativos triunfos electorales. En el Estado de México siempre se proclamó como triunfadora a la candidata del partido en el poder por al menos treinta puntos. Ganó la elección con sólo ocho de diferencia y una abstención del 51%. No votaron las clases medias, “engañadas” de que ya estaba todo decidido.

El desencanto es columna vertebral de la gran mentira que se atribuye a la propaganda nazi: una mentira reiterada infinidad se veces se vuelve verdad. En este sexenio esto raya ya en el cinismo con una frase burlesca: “yo tengo otros datos”, aunque estos sean opuestos a instituciones oficiales.

El desencanto es una estrategia que vuelve las percepciones a modo. No busca que nuestro candidato, producto o marca brille, sino deslucir la personalidad, logros y propuestas de otro. “Robar” sus aportaciones e incluso esencia. Es una reconversión de la gran mentira.

Para impulsar el desencanto se emplea la mentira magnificada a través de encuestas, rumores, granjas de bots, redes sociales…en la guerra y en la mercadotecnia parece que todo cuenta. Sin embargo, hay ejemplos paradigmáticos en los que los resultados mediante las engañifas y trucos sucios no logran sus objetivos. Es, por ejemplo, cuando el boxeador bocón que proclamaba una paliza a su rival pierde el combate.

Es, también, cuando asumimos nuestro enorme poder de agentes de cambio y decidimos votar, pese al derrotismo que tratan de vendernos desde ahora, cuando las campañas ni siquiera inician.

El desencanto son los fake news, el descrédito y las mentiras. Es no proponer sino atacar, es no luchar sino amedrentar desde las sombras.

Quien usa el desencanto o “gran mentira” para posicionarse, habla de su carencia como persona, empresa o marca. Habla de la tarea inútil de “borrar” al otro porque no tiene un valor diferencial en el mercado, porque duda de si mismos y de sus capacidades. Habla de pérdidas.

También evidencia la obscuridad propia que no quieren que los otros noten, como podrían ser fracturas internas partidistas por la selección de candidaturas, episodios poco éticos en las plantas de producción, temor al rival deportivo y un largo etcétera.

¿Con que emoción tratas de posicionar tu imagen en el público? Eso revela más de ti de lo que inicialmente crees.

 


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